Contenido creado por Belén Fourment
Salud

La vida en rosa

Mama Mía, alegría y confianza para pacientes oncológicas

El movimiento Mama Mía trabaja hace más de cuatro años para llevarles alegría y confianza a mujeres que fueron diagnosticadas con cáncer de mama. Dos de sus fundadoras, Elizabeth Wojnarowicz y Patricia Gandaria Ponte, pacientes oncológicas, dialogaron con Montevideo Portal sobre su misión.

15.11.2014 18:28

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2014-11-15T18:28:00-03:00
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"Somos mujeres que ayudan a otras mujeres", aclara desde el inicio Patricia Gandaria Ponte, una de las fundadoras de Mama Mia, un movimiento por la vida y frente al cáncer de mama que nació el 1 de abril de 2010, hace más de cuatro años, cuando el universo de cierta manera conspiró a su favor.

Patricia, con fijos ojos celestes y una voz pacífica por demás, le cuenta a Montevideo Portal que a principios de 2010 ella no conocía a Elizabeth Wojnarowicz, otra de las fundadoras junto a Catalina Dabezies. Sin embargo, vivían cerca, trabajaban separadas por una calle, tenían historias de vida parecidas y una idea que las impulsaba: "ser ese referente que nos faltó. No por falta de cariño de la familia y la pareja, sino porque ese abrazo y esa palabra de contención te la puede dar el que pasó por lo mismo que vos".

Un día coincidieron en un consultorio médico, se sentaron juntas, conversaron y notaron todas esas similitudes. Lejos de negarse a las señales, les abrieron las puertas y a las dos semanas el blog Querida Mama Mía ya estaba en línea.

"Cuando lo creamos tampoco pensamos que iba a ser un movimiento; pensamos que íbamos a ser un grupito de mujeres haciendo cosas, y el tiempo nos convirtió en un movimiento, prácticamente en un regimiento", dice entre risas Elizabeth, que no para de gesticular y sonreír. Su compañera le acota que sin internet nada hubiese sido posible: cuando el movimiento nació lo hizo a través del blog y de una página de Facebook que esta semana superó los 7000 Me Gusta. Ahora siguen desarrollándose virtualmente, y concretan encuentros personales con las que quieran concurrir cada dos meses.

A medida que Mama Mía fue superando sus propias expectativas, se dieron cuenta que quienes tienen cáncer de mama necesitaban este espacio: "nos dicen que encontraron un rincón donde gente que vivió lo mismo desde la experiencia abiertamente comparte". No sólo eso: encuentran calma y esperanzas.

"Hay una consigna que tenemos y respetamos a rajatabla; tenemos bien definido cuál es el objetivo del movimiento: es brindar confianza y alegría. Lo iniciamos personas con cáncer de mama, pero si le cambiás la palabra cáncer los mensajes que damos pueden servir para otras adversidades. Lo que queremos es que si alguien, en cualquier lugar, abre la página porque ese día le dijeron ‘tenés cáncer', vea un mensaje positivo. Que siempre encuentre algo que le de seguridad, tranquilidad o esperanza de ver hacia adelante", apunta Patricia, que en 2010 enfrentaba el último año de su tercera cirugía. Eli, por su parte, estaba terminando el tratamiento oral de su segundo cáncer.

Hablan de la enfermedad con absoluta naturalidad y así lo hacen con quienes están en su misma situación. "Te miran con sorpresa cuando hablás con naturalidad, cuando preguntás si están en quimio con el mismo tono con el que le preguntás dónde se compró esos aretes tan lindos", afirma Patricia.

Claro que ellas también tuvieron que aprender a decir que hasta ahora son "pacientes", aunque comprenden que haya personas que prefieran darse por curadas y olvidar la enfermedad. "Pero los que seguimos lo decimos sin penas ni temor, como los asmáticos. No sabés cómo moviliza cuando decimos: ‘somos pacientes oncológicas'. Eso desdramatiza pila. Lo enfrentamos con alegría y con humor, y parece extraño", añade Eli.

En un plano más espiritual, Patricia proyecta la transmisión de la capacidad "sanadora" que han ido desarrollando. "Cuando tenés tantas piedras en el camino, ¿qué hacés? ¿Podemos llegar a transformar esas piedras? Todas las personas venimos a aprender y seguimos aprendiendo. Y si lo que aprendimos le sirve a otra persona y no lo transmitimos, estamos en falta con la humanidad", redondea.

Pero hay más, y rápidamente lo resumirá: "hay un sentimiento que queremos compartir: el cáncer nos enseñó a leer la vida de manera diferente. Queremos tratar de ver las cosas de otra manera y ese razonar que aprendimos lo vamos enseñando. Que no sabemos de dónde lo aprendimos, pero lo aprendimos, y si nos sirvió a nosotros, le puede servir a otras personas. Y lo que nos faltó a nosotras fue lo que nos hizo hacer Mama Mía; tener esos referentes que te digan: ‘yo estuve igual que vos, y ahora no me veo como una persona que vaya por la vida quejándose de lo mal que le va'".

Procesando procesos

Patricia y Elizabeth son seres compasivos desde su infancia, quizás porque cada una, a diferente manera, tiene formación cristiana, aunque Mama Mía no tenga nada que ver con la religión. Es algo "innato" en algunas personas, asegura la primera, y la segunda subraya: "es una actitud espontánea de mirar al prójimo y preocuparse. Además, a partir del cáncer, como fui de las afortunadas que sobrevivió, sentí que de alguna manera tenía que hacer algo y dejar esa huella".

Entre risas cuenta: "yo veía que en Estados Unidos la gente de la farándula iba a Estados Unidos y conseguía plata, y yo pensaba: ‘no quiero ser Olivia Newton John, pero sí quiero hacer algo en nuestro medio'. Y lo logramos, con una proyección que hizo que nos llamaran de Buenos Aires para ir a hacer charlas. Que no es Estados Unidos, pero bueno".

Su acción fue generando una onda expansiva que tiene algunos puntos fuertes. Por un lado están las caminatas, que empezaron hace tres años y ya tienen eco en el interior y en el mundo. Si bien la marcha central se hace en Montevideo, a la misma hora otras personas parten a hacer su recorrido, tanto en departamentos como en ciudades del interior. "Es una cosa muy ideal; caminamos de frente al cáncer, con alegría", dice Patricia.

Por otro lado está la donación de pelucas e incluso la donación de cabello natural. "Esto hace que la gente que siempre tuvo ganas de ayudar y supo cómo empezara a despertar y empezara a, por ejemplo, donar pelucas que ya no utilizaban y que hoy por hoy son usadas por chicas que están en tratamiento", explica Eli. Las pelucas naturales valen aproximadamente 1000 dólares, un precio que no cualquiera puede llegar a pagar.

Son muchas las pelucas que les llevan (un señor, cuentan, les alcanzó siete, porque su señora había sido muy coqueta) y que son prestadas de manera gratuita, sin más exigencia que el cuidado, para que puedan seguir cubriendo necesidades de otras pacientes. Eso sí: la casa de Elizabeth se está transformando prácticamente en un banco, algo que las tiene preocupadas.

Sumado a esto, cada vez hay más mujeres cortándose su cabello para donar, lo que tiene el extra de que no hay suficientes personas preparadas en Uruguay para elaborar pelucas. "Los cortes se está dando naturalmente y recibimos y aceptamos, pero no queremos embarcarnos en una campaña porque hay que instrumentar todo muy bien, tener muchas puntas afinadas y no estamos en condiciones", señala Eli. De hecho, Patricia se anima a avisar que están considerando orbitar este asunto en otra organización.

Pero a pesar de esas dificultades siguen abiertas a los aportes, sabiendo además la importancia que tiene compartir la experiencia de la pérdida de cabello, una de las más duras de afrontar. "Es muy distinto habar con el peluquero que te da cátedra a con alguien que te dice: ‘ay, ¿viste cómo te pincha el cuero cabelludo cuando hay vientito? ¿Viste la sensación de picor que te da?", ejemplifica Eli.

En cuatro años de camino recorrido han cumplido su objetivo de ser referentes y de acompañar a quienes atraviesan diagnósticos y tratamientos, y a cambio han recibido satisfacción. "De las cosas más gratificantes es cuando las chicas que no conocemos personalmente nos dicen: ‘gracias por haberme acompañado durante todo el proceso de la enfermedad'", añade, y se ríe para desarrollar una idea: "somos como apóstoles que vamos enseñando a hacer algo que todos podemos hacer, o por lo menos compartiendo algo que los deja pensando y que motivó a que en distintos departamentos estén generándose grupos nuevos".

"Nos damos cuenta cuánto se puede hacer con tan poco, por eso insistimos que cualquier persona puede hacerlo. Como paciente, cuando te sentís mejor, estar un poquitito alerta y acercarte a una persona que está con pañuelo y cara baja, te acercás y le decís algo. No te van a decir que no", afirma Patricia, que al igual que su compañera rebosa de vitalidad y de gratitud para con la vida, más allá de los diagnósticos que ha enfrentado.

Como ejemplo cuenta: "hicimos una actividad en un encuentro personal en el que cada una tenía que escribir tres palabras que le hacían pensar en Mama Mia. Y no había nada negativo. Ni miedo, ni muerte, ni cáncer, ni enfermedad: nada, ni una sola. De 90 tarjetitas no había ninguna negativa. Y habernos dado cuenta que Mama Mia significa cualquier cosa menos cáncer fue muy importante".

"Lo que hacemos lo puede hacer cualquiera con espíritu de servicio y con ganas", asegura, recibiendo con una mirada la aprobación de Elizabeth.

Montevideo Portal | Belén Fourment